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La mala suerte no se acaba

  • myownstylenow
  • 12 oct 2015
  • 2 Min. de lectura



Si hay algo que no me gusta de viajar a mi ciudad, es despedirme... y pensar en las cinco horas que me esperan de viaje. Esas dos cosas hacen que me agarre loh peloh de mi pelirroja cabeza con desesperación. Pero vale la pena... porque me alimento debidamente cuando voy hasta mi casa y porque, como ya dije alguna vez, me mandan tilliule cargá con comida.


Así que al final, el tiempo de viaje y la despedida, son cosas que puedo soportar.


Pero...


¡POR LA CHUCHA QUE ME CARGA CUANDO EL BUS VA HEDIONDO!


Y eso fue lo que me pasó ayer. Estaba yo dispuesta a subir al bus que me traería de regreso a la capitale, me había despedido de mis papás que me fueron a dejar al terminal a las 2:15 de la madrugada, puse el pie en el primer escalón del bus de dos pisos y... ¡PLaF! Tremendo zapatazo en la guata, señooorees... Les voy a decir esto tal cual lo pensé: "Huele como si alguien se hubiese cagado en el bus".


Hermano... te juro... El perro olor a popó (para no herir sentimientos a los que no les gusta la palabra caca)... Estaba distribuido uniformemente por todo el bus. Lugar por el que pasaba, olía a mierda.


Me las arreglé para aguantar la respiración hasta llegar a mi puesto, que era el último, y mientras abría la cortina de la ventana con una mano, con la otra buscaba desesperadamente el perfume que había metido en la mochila. en eso, mis papás se aseguran de que los vea por mi ventanilla y me empiezan a hacer gestos con las manos.

Mi mamá pensaba que le estaba diciendo chao con la mano... yo le estaba diciendo que a alguien se le había podrido el trasero.


Encontré, milagrosamente, el perfume y, con la buena suerte que me caracteriza, tiro un poco al aire y me cae al ojo.


"Ariel... tienes una suerte de mierda"

 
 
 

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