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El origen de la "Caca"

  • myownstylenow
  • 21 may 2016
  • 4 Min. de lectura

(foto que tomé de la primera excursión)


Durante mi estadía en Chillán para el Día de la Mamá, aproveché de contestar muchas dudas existenciales que me atormentaban y que nacieron producto de este blog. La más reciente la planteó una de las calabacitas que me comentó en una de las historias "¿Por qué te dicen caca?" y la verdad es que nunca me había planteado la pregunta en sí, siempre asumí que un día mi papá empezó a decirme así y después toda mi familia le agarró la misma tontera de decirme "caca"... ¡Si hasta mi hermana me tiene de contacto en su teléfono como K.K! Y mi mamá, para fastidiarme (y porque siempre las mamás pondrán su maternidad antes que sus ganas de molestarte) me dice “caquita”. Así como una mojoncito pequeño… WTF!


Desde el día en que la pregunta fue planteada, no había momento en que no pensara en la respuesta. Traté de recordar si se debía a un hecho exclusivo de mi pasado, algún cagazo bien colosal, algo que me haya hecho merecedora de tal apodo. Pero nada, yo y mi memoria de pez no pudimos recordar absolutamente nada, entonces me dije a mi misma "mishma, ahora que vamoh pa Chillán, aprovechamoh de preguntarle a quién sea... especialmente a Don Papi, porque esta weá es obra suya, estoy 100% segura, como que no soy pelirroja natural"

Y partí pa los Chillanes, recordándome cada cinco minutos que tenía que preguntarle a mi papá por el apodo. Llegué a mi casa y esperé hasta el domingo para encarar a mi viejo y preguntarle qué onda su vida.

-Oye papá... -Oye hija... -¿Por qué me dices caca?

Y el muy maldito hijo de fruta se empieza a reír.

-¿Te acuerdas cuando fuimos de vacaciones a la Reserva Laguna del Laja? – asentí – ¿Hace falta seguir explicándote?


¿Y han cachado que hay veces que los recuerdos te llegan igual de rápido y sin avisar como un combo en el hocico? Ya, a mi me pasó lo mismo combinado con un olor a pan quemado porque se me quemó el pan que estaba tostando para comérmelo. Pucha.



Sucede que hace un par de años con mi familia (mis papás, mis tíos y mi brodah) decidimos ir de vacaciones a una reserva nacional. Super bacán, las vistas eran más que maravillosas, el agua era tan helada que calaba los huesos, bichos por montón, lluvia con truenos, relámpagos, hasta rayos… pucha, todo estupendo. Como este viaje los hicimos el 2011 o sea, cuando yo era una jovencita de 15 años, la juventud salía por los poros de todos los que íbamos en el viaje, así que, como buenos jóvenes que éramos, decidimos hacer todas las rutas de trekking que habían planeadas en la Reserva y cuando digo todas, fueron TODAS.


La primera ruta que hicimos fue super corta, vimos algunos ejemplares protegidos de la reserva, caminamos por unos senderos que no tenían camino y que había que ir caminando por donde pasó el de adelante y terminó con una charla bastante interesante de la que ya no me acuerdo, pero las fotos que estoy viendo en este preciso instante, muestran que estaba bien buena porque estaba poniendo atención.

La segunda ruta fue la que me dio oficialmente mi apodo. Esta ruta iba hasta una parte de la cordillera que se llama “Sierra Velluda” y que era bastante… BASTANTE más larga que la primera. Para partir, tuvimos que subir una pendiente inclinadísima en la cual me resbalé una par de metros y casi me saco la chucha. Después había que caminar por un sendero marcado hasta una parte donde había que cruzar lo que alguna vez fue un “río de lava” el cual, con el pasar de los años estaba más que solidificado y ya se podían ver algunos brotecitos de plantas que emergían de la profundidad del río. Como en ese tiempo no me daba miedo que al meter la pata en algún lugar oscuro significara la amputación de mi pie por alguna criatura mágica de veinte cabezas y del porte de un dragón, intenté atravesar el río con la mayor agilidad que me pude permitir gracias al cansancio de cuatro horas previas de caminata. Sí, 4 horas. No hace falta decir que el cansancio me jugó varias malas pasadas y me rasguñé varias veces con el relieve de las rocas, casi se me sale una zapatilla y ni hablar de cómo me quedaron las manos tratando de afirmarme de algo. Al final lo logré, llegué última al otro lado, pero lo logré. Y aquí quedó al cagá en mi vida.


La “Sierra Velluda” es uno de los puntos más altos de la octava región y es vecino con el volcán Antuco, pero como ninguno quería llegar hasta la cima (porque en verano no tiene mucha gracia) llegamos hasta la falda de la Sierra en dónde hay un cúmulo gigante de hielo que se mantiene durante todo el año y que es como una cueva de hielo.

Antes de llegar al cúmulo hay que cruzar un pequeño riachuelo, una weá que no lleva mucha agua, pero que atravesarla igual requiere esfuerzo porque es ancho y hay que bajar una pequeña pendiente para llegar a la orilla. No tuve drama en llegar a la orilla del riachuelo, no tuve drama en llegar al medio del riachuelo, sí tuve drama en pisar la última roca antes de llegar al otro lado lo que provocó que todo mi pie y, por consiguiente, mi cuerpo fuera de lleno al riachuelo y llegara a la otra orilla toda mojada y con las risas de la gente que iba en el recorrido. Tuve que ponerme a secar al sol para poder volver “decente”.

-Hija ¿Estás bien? – pero yo iba con una mezcla de risa, llanto y cansancio en la que no pescaba nada – hija… ¡Hija!, Puta, ¡Caca! – ¿Y me van a creer que cuando escuché “caca” pesqué? – Pucha, ¿Por qué eres tan torpe? Yo no te enseñé a ser así – “caca” – Nos vamos a acordar de esto por el resto de la vida… ¡Es que eres una plasta de caca! – “caca”.


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-Entonces ¿Te acuerdas? -Sí, cuando me caí en el río… -Eso y después sí que te pegaste unos cagazos con el que te ganaste definitivamente el apodo. Es que eres demasiado torpe pu caca. -Gracias papá. -Cuando quieras.


Viejo culiao, igual me cae bien…


 
 
 

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